Este reportaje documenta una jornada de trabajo en el patio que fue, durante años, el corazón de nuestra casa familiar. Un espacio andaluz, lleno de vida, donde pasé veranos rodeada de limoneros, rosales, enredaderas y macetas que mi bisabuelo regaba cada noche. El aire olía a tierra húmeda y el zumbido de los mosquitos marcaba el ritmo de las horas lentas.
Hoy, ese patio está en silencio. Las paredes y el suelo se cubren de polvo, y el tiempo parece haberlo dejado atrás. A veces me invade la tristeza; otras, lo doy por perdido. Pero en lo profundo, me resisto a que se convierta en otro rincón olvidado.
Por eso, junto a mi abuela Trini y mi tía Capi, emprendimos la tarea de replantar, regar y barrer. De devolverle al patio su dignidad, su memoria, su latido. Esta es la crónica de un día en el que decidimos volver a habitarlo, aunque fuera solo por unas horas.























