Este reportaje recoge un día de verano con mi familia paterna. Una familia andaluza, como tantas otras, con sus rutinas, sus contradicciones y sus afectos. Una familia que, como se dice en mi pueblo, en todas las casas se cuecen habas.
La escena es habitual en la provincia de Jaén: cuando el calor aprieta y el mar de olivos se vuelve asfixiante, muchas familias emprenden la escapada hacia el Mediterráneo. En nuestro caso, como cada año, cargamos el coche con sombrillas, neveras repletas de cervezas, bolsas de patatas, tomate “aliñao” y una barbacoa que no se suspende ni con 40 grados a la sombra.
Las imágenes documentan lo cotidiano: los cuerpos al sol, las conversaciones cruzadas, los gestos repetidos que construyen una identidad compartida. No hay grandes gestas, solo la belleza de lo simple. Y en esa sencillez, una forma de resistencia: celebrar lo común, lo que permanece, lo que nos une.
Este trabajo nace del deseo de mirar con otros ojos lo que a veces damos por hecho. De reconocer en lo doméstico una forma de cultura. Y de agradecer esos momentos que, sin hacer ruido, nos sostienen.































